Nada más cierto que esa frase que dice que “en los momentos de crisis, sacamos lo peor y lo mejor de la humanidad”. En Eduardo Castex se dio un fenómeno particular y en especial por parte de personas jóvenes que en las redes sociales decidieron exponer que podrían estar infectadas por el solo hecho de presentar síntomas compatibles. Lo propio se hizo por parte de un comerciante que publicó la situación de su emprendimiento para proteger y llevar tranquilidad a sus clientes y otros que voluntariamente cerraron sus puertas para disminuir la circulación
Y lo curioso del caso es que las repercusiones fueron de una innumerable cantidad de gestos solidarios y de agradecimiento. Hablamos de los jóvenes y hablamos de comerciantes que demostraron y demuestran que todo este tiempo se prepararon para enfrentar la pandemia.
Gestos muy lejanos de la estigmatización, discriminación, xenofobia de muchos otros actores sociales que parecen haberse preparado para encontrar un culpable cuando llegara la COVID-19 a Eduardo Castex.
Justamente los jóvenes son los que dan ejemplo.
Los mismos jóvenes que han sido tan estigmatizados como el peor de los males, en la crisis de la pandemia son los que muestran una luz de esperanza ante tantos gestos miserables. Se dijo hasta el cansancio que esta “guerra” se puede ganar si trabajamos en forma cooperativa, que nadie se salva solo, que no hay excepciones y que como se dice “esto no es joda”.
Hoy Castex está frente a una situación de contagios que no tienen nexos de origen, que nadie sabe cómo llegó el virus a la localidad. También todos sabíamos que iba a llegar… y esto también se reiteró hasta el cansancio.
Tendríamos que preguntarnos si no es el momento de ser un poco más solidarios con el otro. Porque hubo mucha buenas noticias de resultados negativos; de gente que entendió que estamos dando una batalla para la cual nos preparamos. También preguntarnos si no es el momento de ofrecer ayuda a quien lo necesite sin necesidad de cargar las tintas sobre los errores que cometemos a diario; en un sentido individual y colectivo.
Si no es así, tal vez, el miedo nos pueda llevar a una reflexión sobre esto. Aunque sea por temor, tendremos la posibilidad de ser más solidarios y hacer honor a quienes, a diario, “ponen el pecho” a la situación, poniendo en riesgo sus vidas. Y dentro de este abanico de personas también están los comerciantes, monotributistas o con oficios particulares de los que depende el bienestar de sus familias.
Nadie está exponiendo su vida porque le dé gusto hacerlo, todos lo hacen por necesidad y nuevamente llegamos a la conclusión que “de esta salimos unidos”. Tal vez sea hora de dejar de buscar culpables o mentirosos y tomar “cartas en el asunto”. Bastaría con imitar a los jóvenes que hoy se preocupan por los demás y que hacen pública su situación para ayudar a otros. Nadie tiene la culpa de estar enfermo. En este caso pareciera que quienes menos lo esperábamos, fueron los primeros en entenderlo.
EB.
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